Léna Georgeault, Universidad Villanueva
“La libertad no es gratis”, recita Theodor*. Probablemente ha repetido ese eslogan mil veces, pero en la voz de este joven no suena gastado. Los ucranianos saben que su soberanía se paga en sangre, ciudades arrasadas y niños deportados a la fuerza.
Pese a los horrores de la guerra, el espíritu de resistencia permanece obstinadamente vivo entre los refugiados en Breslavia (Polonia). Esa determinación encuentra su eco en la certeza, ampliamente compartida, de que la negociación no ofrece una salida real. “Ni la palabra ni la firma de Rusia tienen valor alguno”, zanja Oksana*, refugiada con su marido y su hija en Polonia desde hace unos meses. “Rusia sólo entiende la fuerza”, coincide Natalia*, estudiante en Breslavia.
Ese escepticismo hacia una vía negociada contrasta con el desgaste perceptible dentro de Ucrania, donde el cansancio de guerra ha ganado terreno. Según un sondeo de Gallup, la proporción de ucranianos dispuestos a combatir “hasta la victoria” ha caído del 73 % en 2022 al 24 % en 2025.
En el supuesto de que se alcanzara un acuerdo, el desenlace dependería de la relación de fuerzas entre Kiev y Moscú. De ahí que el apoyo de Washington y, en menor medida, de las capitales europeas, se perciba como decisivo.
Al respecto, los más jóvenes, como Theodor y Natalia, son los que más frustración expresan: lamentan una ayuda insuficiente, aplastada por trámites que la retrasan como si se viviera en dos temporalidades inconciliables. “En el frente, cada segundo importa”, insiste Natalia, mientras que, en el resto del mundo, las decisiones se calibran según encuestas y presupuestos, con la vista puesta en las reacciones del Kremlin.
Theodor admite que se ha vuelto más exigente y más impaciente: “En las películas, Estados Unidos siempre salva al mundo. Ahora parece que juegan una partida premeditada. Tardan demasiado y lo que envían es escaso en comparación con sus capacidades”.
No hay lugar para la tibieza
La exigencia de contundencia resume bien el sentimiento común: frente a un adversario que tantea los límites sin cesar, la tibieza equivale a ceder terreno. Artem*, presidente de la Fundación Ucrania, recuerda varios episodios en los que Moscú avanzó sin encontrar resistencia. Cita Chechenia, donde el Kremlin impuso a sangre y fuego el régimen de los Kadyrov sin apenas coste internacional; Georgia, donde en 2008 se quedó con Osetia del Sur y Abjasia ante una reacción tímida; y, sobre todo, Crimea, cuya anexión en 2014 no fue revertida pese a las sanciones.
Para él, cada concesión de Occidente fue una invitación a dar un paso más. Oksana apunta en la misma dirección: Rusia debe quedar lo bastante debilitada como para renunciar a nuevas aventuras exteriores y volverse hacia sus propios problemas internos, con una población empobrecida que necesita atención. Un mensaje concebido para terminar calando también dentro de la sociedad rusa y erosionar el apoyo a la política de Putin.
A la presión exterior de Rusia se suma un reto interno que marcará el futuro: la unidad nacional. La guerra ha intensificado las sospechas hacia los rusoparlantes. Para algunos, demostrar patriotismo significa dejar de hablar ruso y adoptar el ucraniano en la vida cotidiana.
Theodor lo ilustra con un titubeo: “Hablo ruso… bueno, puedo hablar ruso”, se corrige. Marta, joven ucraniana del oeste de paso por Breslavia, es aún más tajante: “Quizás sea duro, pero los llamo rusos”, dice sobre quienes siguen usando esa lengua, incluso después de haber visto sus casas derribadas o a sus familiares asesinados. “No sé qué tiene que pasar para que lo entiendan”, añade con una mezcla de incredulidad y amargura.
Kinga, de la asociación Nomada, recuerda en cambio a una refugiada que le insistía en que el ruso forma parte de la historia del país y que se puede ser patriota y rusoparlante a la vez. El propio Theodor observa: “Ahora mismo, en el frente, hay ucranianos rusoparlantes matando a rusos”.
No es la única fractura que atraviesa el país: también está la que separa a quienes huyeron de la guerra y a quienes la sufren cada día en Ucrania. Natalia cuenta la historia de una conocida que emigró al Reino Unido y comparte vídeos sobre su nueva vida. Bajo ellos, se acumulan mensajes de odio que le reprochan haberse marchado y llevar ahora una existencia cómoda mientras otros siguen bajo las bombas.
La negociación, vista desde dos perspectivas
Esas experiencias tan distintas de la guerra probablemente expliquen que la mayor inclinación a negociar que se note en Ucrania no se observe con la misma claridad en la comunidad de refugiados de Breslavia.
A pesar de esas grietas, también emerge la convicción de que el país puede salir reforzado de la guerra. “Ahora nos hemos dado cuenta de que Ucrania es un gran país y de que tiene mucho que ofrecer”, afirma Artem, convencido de que la experiencia acumulada en estos años de resistencia encierra lecciones valiosas para Europa.
Theodor lo formula desde otro ángulo: “Nuestro trabajo como ucranianos es dar a conocer nuestra cultura y hacerla exportable”, sostiene, convencido de que Ucrania no sólo sobrevivirá, sino que contribuirá a enriquecer a la Unión Europea, a la que aspira a integrarse.
Theodor es muy consciente de que no todo el mundo en Europa ve con buenos ojos el lugar que Ucrania reclama, algo que el joven achaca a la vulnerabilidad occidental ante la propaganda rusa. “Nosotros compartimos durante mucho tiempo el mismo espacio informacional con Rusia, los conocemos muy bien”, dice, reivindicando la capacidad ucraniana para detectar las manipulaciones de Moscú.
Lamenta, en cambio, que en Occidente “Rusia consiga seducir a todo el espectro político”, desde los nostálgicos del comunismo hasta quienes la ven como último baluarte del conservadurismo. Entiende que en la indiferencia hacia Ucrania pesa también el temor a provocar al Kremlin. Y formula un deseo personal: “Que los españoles nunca conozcan la guerra, ni ellos, ni sus hijos, ni sus nietos”.
“Pero la libertad no es gratis”, repite una vez más.
Los nombres marcados con asterisco han sido modificados para proteger la identidad de las personas entrevistadas.
Léna Georgeault, Directora del Grado en Relaciones Internacionales, Universidad Villanueva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
The post Voces ucranianas (III): imaginando el fin de la guerra first appeared on Diario digital de viajes, salud y curiosidades.
Ir a la fuente
Author: viajes24horas
The post Voces ucranianas (III): imaginando el fin de la guerra first appeared on Diario Digital de República Dominicana.
Fuente: republicadominicana24horas.net