Paula Lamo Anuarbe, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
En la cultura popular y, por supuesto, en los memes, el pueblo vasco es sinónimo de fuerza bruta. Hombres que levantan piedras de media tonelada, que parten nueces con la frente o que hacen competiciones de cortar troncos con hachas más grandes que una maleta de cabina. Pero, curiosamente, cuando se habla de la fuerza legendaria vasca, casi nunca se menciona a las mujeres. Y eso que hace poco más de un siglo hubo mujeres en Bilbao que, literalmente, tiraban de barcos cargados río arriba. A pulso. Sin memes, pero con mucho músculo.
Sí, literalmente: mujeres arrastrando buques por la ría del Nervión a fuerza de brazos, piernas y mucha determinación. Eran las sirgueras.
¿Quién necesita bueyes cuando se tienen mujeres?
Las sirgueras se dedicaban a arrastrar barcos mercantes por la ría del Nervión desde la orilla, sujetas con arneses al pecho o a la cintura, como si fueran animales de tiro humano. Caminaban por los caminos de sirga, sendas paralelas al cauce del río y diseñadas precisamente para facilitar este tipo de tracción. Solían trabajar en grupos de tres a seis mujeres, sincronizando el paso y la tensión de las cuerdas para mantener el rumbo del barco y evitar que encallara o se desviara con la corriente.
Su trabajo no era solo cuestión de fuerza bruta: requería resistencia física, coordinación y conocimiento del terreno. Tenían que adaptarse a las mareas, al caudal del río y a la forma de cada embarcación. En muchos casos, los barcos estaban sobrecargados de mineral de hierro, carbón o productos industriales, lo que hacía la tarea aún más extenuante. Además, el firme de los caminos era irregular, embarrado y, en ocasiones, peligroso.
En aquella época (segunda mitad del siglo XIX) los remolcadores de vapor todavía eran escasos y caros, y no todas las embarcaciones podían permitirse uno. El motor diésel aún estaba por inventar y los avances tecnológicos no llegaban al mismo ritmo a todas las rutas comerciales. En ese contexto, cuando un barco debía remontar el Nervión hacia los muelles de Bilbao necesitaba un sistema auxiliar de tracción. ¿La solución más lógica? ¿Bueyes? ¿Caballos? No: mujeres.
No era así por romanticismo ni por un alarde de fuerza femenina, sino por una lógica económica descarnada. Mantener animales de tiro implicaba inversión en forraje, espacio para establos, veterinarios y descanso para las bestias. En cambio, las mujeres (víctimas de una pobreza estructural) eran contratadas por jornadas, sin necesidad de alojamiento ni manutención, por un salario muy bajo. Su fuerza de trabajo era más rentable, más disponible y, sobre todo, más desechable.
Así que ahí estaban: tirando de buques con decenas de toneladas de carga, a la intemperie, bajo el sol o la lluvia, sin derechos laborales ni reconocimiento. No aparecían en los registros oficiales. No tenían contrato. Su aportación fue crucial para el desarrollo portuario de Bilbao, pero quedó fuera de los relatos históricos durante décadas. Solo recientemente su figura ha empezado a ser recuperada como parte del legado obrero y femenino de la ría.
Mujeres fuertes sí, pero invisibles
El caso de las sirgueras pone en evidencia una tendencia histórica: la invisibilidad sistemática de las mujeres en sectores físicos, técnicos o tradicionalmente masculinizados, como el marítimo. Durante siglos se vendió la idea de que las mujeres eran criaturas frágiles y delicadas que bordaban pañuelos y se desmayaban en salones decimonónicos. Pero no todas estaban bordando. Algunas estaban sudando, tirando barcos en la ría.
Históricamente, el sector marítimo ha sido un entorno cerrado, excluyente y profundamente masculinizado. La presencia femenina en este ámbito ha sido escasa, marginal y casi siempre narrada en clave de excepcionalidad. Cuando aparecen mujeres en los relatos marítimos, suelen ser figuras secundarias, atadas a roles domésticos o administrativos. Se las menciona como viudas que heredan el negocio tras una guerra, esposas que aguantan la economía familiar o hijas que mantienen el papeleo mientras los hombres van al mar.
El discurso dominante ha insistido en que su presencia era temporal, accidental o asistencial, como si nunca hubieran estado ahí por decisión propia o por méritos propios. Como si no fueran trabajadoras, sino sustitutas provisionales en tiempos difíciles.
Sin embargo, las sirgueras rompen por completo esa narrativa. Ellas no estaban allí por ausencia de los hombres, ni por tradición heredada, ni por caridad. Estaban porque eran necesarias, y porque cumplían una función esencial en la logística fluvial de la época. Realizaban un trabajo físicamente durísimo, sin reconocimiento, en condiciones precarias y por salarios irrisorios. Pero lo hacían con eficacia, con organización y con una capacidad que hoy llamaría la atención en cualquier plataforma viral.
Eran mujeres fuertes, sí, pero no por una esencia mágica o mítica, sino porque la vida y el sistema las empujaban a serlo. Muchas eran madres, otras huérfanas, otras simplemente pobres. Y el único camino disponible era el esfuerzo físico: caminar durante horas por la ribera del río, con los pies hundidos en el barro, tensando una cuerda que arrastraba una mole de hierro flotante.
No eran un fenómeno anecdótico ni pintoresco: eran parte estructural del funcionamiento de la ría de Bilbao en el siglo XIX, al mismo nivel que los estibadores, los marineros o los maquinistas. Solo que a ellas no se les dedicaban canciones ni libros. Hasta hace poco, ni siquiera una mención en los archivos oficiales.
La culpa, como siempre, de las supersticiones
¿Y por qué casi no se las recuerda? Por esa costumbre tan humana de barrer lo incómodo debajo de la alfombra. O, mejor dicho, de la cultura marítima tradicional, plagada de mitos y supersticiones que vetaban la presencia femenina en los barcos.
Durante siglos se creyó que una mujer a bordo traía mala suerte. Y esta creencia se convirtió en una excusa perfecta para limitar su acceso al trabajo marítimo, relegándolas a tareas invisibles o, directamente, excluyéndolas. Tanto es así que las excluyó del sector, de los relatos y de los libros de historia.
Lo irónico es que mientras decían que no podían estar en cubierta, ellas tiraban de la embarcación desde tierra.
¿Y hoy?
Hoy, las cosas han cambiado, pero no tanto. Las mujeres siguen siendo una clara minoría en el sector marítimo. Según datos de la Organización Marítima Internacional (OMI), menos del 1 % de la fuerza laboral en este ámbito son mujeres, y la mayoría se concentran en funciones administrativas, no técnicas ni operativas.
Sin embargo, el olvido no es completo. En Bilbao, frente a la ría, hay una escultura que rinde homenaje a las sirgueras. Es una obra de la escultora navarra Dora Salazar, que muestra la silueta de cuatro mujeres tirando de una cuerda. Es un reconocimiento tardío, pero importante. Recuperar su memoria es una forma de devolverles el lugar que nunca debieron perder.
Las sirgueras no son una anécdota curiosa. Son una prueba palpable de que las mujeres han estado en todos los sectores, incluso en los más duros, aunque no se les haya reconocido. Tiraron de barcos por necesidad, pero también con una fuerza que desmonta cualquier estereotipo sobre fragilidad femenina.
Paula Lamo Anuarbe, Investigadora en Internet de las Cosas, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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