Ulf Thoene, Universidad de La Sabana
Vivimos un momento en que el comercio global, la geopolítica y los intereses nacionales chocan con fuerza. Las reglas tradicionales de la economía están cambiando y con ellas la forma de entender el poder.
En este contexto, el uso estratégico de herramientas económicas –como aranceles, sanciones o subsidios– para alcanzar objetivos políticos (geoeconomía o economic statecraft) cobra cada vez más relevancia. Este enfoque pone en duda muchas ideas que dábamos por sentadas, como la eficiencia del libre mercado o el crecimiento como sinónimo de bienestar.
Nuevos actores geopolíticos
Durante décadas, el producto interno bruto (PIB) fue el gran indicador del éxito de un país. Más PIB significaba más riqueza, más empleo y más desarrollo. Pero, hoy, el PIB no lo dice todo.
En un mundo fragmentado y competitivo, ya no importa solo cuánto se produce, sino cómo se produce, para qué se produce y a quién beneficia. Así, el PIB empieza a verse como un reflejo del poder nacional, de la capacidad de un país para resistir crisis, defender sus intereses y mantener su autonomía.
La globalización –que alguna vez prometió prosperidad compartida gracias a los mercados abiertos–, la externalización del trabajo y la interdependencia ya no marcan el rumbo. En su lugar aparece un nuevo mapa multipolar –con potencias emergentes como China y los BRICS– nuevas alianzas y una vuelta al nacionalismo económico.
En este nuevo orden, la seguridad nacional, la soberanía tecnológica y la autosuficiencia estratégica pesan más que la eficiencia o el libre comercio sin restricciones.
Poderío económico, poder geopolítico
Los gobiernos están recuperando el uso de la geoeconomía. Ya no se trata solo de administrar la economía interna, sino de utilizar el poder económico para influir sobre otros países, apoyar aliados, proteger sectores clave y reducir vulnerabilidades.
Estados Unidos, por ejemplo, aplica aranceles a productos chinos no solo por razones comerciales, sino para reducir la dependencia exterior y reindustrializar el país. Además, invierte fuertemente en sectores estratégicos como los semiconductores o la inteligencia artificial con el objetivo de garantizar su liderazgo tecnológico y militar.
China también utiliza su poder económico como herramienta de influencia. Controla minerales críticos y domina partes clave de la producción global. A través de préstamos para infraestructuras, como los que ofrece en su Iniciativa Franja y Ruta, logra expandir su presencia en muchos países del sur global.
En ambos casos, el comercio y la inversión no son neutrales sino profundamente políticos.
Apostar por la industria y la innovación
Este panorama nos obliga a repensar qué significado tiene realmente el crecimiento económico. Un país que aumenta su PIB gracias a importaciones baratas o a trasladar su producción al extranjero puede mostrar buenos números, pero queda expuesto a interrupciones globales o a presiones externas. En cambio, una economía que apuesta por fortalecer su industria, su infraestructura y su capacidad tecnológica puede ser más sólida y relevante, incluso si su crecimiento es más lento. Esto tiene consecuencias importantes:
- Para las empresas y los inversores, centrarse solo en el PIB puede ser engañoso. Hoy importan tanto los riesgos geopolíticos como los económicos. Sectores como la defensa, la energía o la tecnología avanzada pueden recibir más apoyo estatal y ofrecer mejores perspectivas a largo plazo.
- Para los ciudadanos, este nuevo enfoque puede significar precios más altos o menos opciones en el mercado, pero también mayor estabilidad, empleo local y seguridad.
Más rápido y a mayor escala
La geoeconomía no es algo nuevo. Las grandes potencias siempre han usado el comercio y las finanzas para influir en el mundo. Lo que cambia ahora es la escala y la velocidad con la que se emplea esta herramienta.
Las sanciones, los controles a las exportaciones, los incentivos fiscales y la política industrial ya forman parte del arsenal estratégico de muchos países. El poder económico ya no se mide solo por la riqueza sino también por la capacidad de un país para defender sus intereses en un mundo inestable.
El PIB sigue siendo importante como medida de desarrollo económico. Pero ahora también lo es de fortaleza estratégica.
Ulf Thoene, Profesor Asociado de Ética Empresarial y Organizacional, Universidad de La Sabana
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net