Guillermo Gurrutxaga Rekondo, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
El rostro de un niño asoma entre las sábanas azules que cubren parte de su pequeño cuerpo. No tendrá más de cinco años. En su cabeza aún son visibles las manchas de sangre que impregnan las vendas que rodean su cráneo. Cinco hombres sostienen la camilla metálica sobre la que yace en lo que parece la morgue de un hospital.
La fotografía, tomada en Gaza, es del pasado jueves 25 de septiembre y fue difundida por una agencia y publicada por medios internacionales, entre ellos, españoles. Es de esas fotos ante las que cuesta mostrarse indiferente, aunque la reacción que causa en quien la ve sea tan breve que, incluso con los ojos humedecidos, continúe con sus quehaceres diarios.
La escena recoge el funeral del pequeño, según indica el pie de foto. A falta, incluso, de féretro, se ve al detalle su cara. Difícilmente podrá saberse si su madre y su padre viven o forman parte, como él, de las 680 000 personas que, según la relatora especial de la ONU para los Territorios Palestinos Ocupados, Francesca Albanese, han fallecido a consecuencia de lo que la propia organización denomina genocidio.
Afortunadamente, en nuestro contexto no hay bombardeos que maten a niños o los dejen sin hogar. Pero esto último, salvadas las distancias, ocurrió también en la dana que el 29 de octubre de 2024 asoló a la Comunidad Valenciana. En ese caso no fueron bombas, sino la lluvia, la que convirtió sus viviendas en insalubres. No los vimos llorando frente a la cámara. No, al menos, con su rostro identificado.
Qué dice la legislación española
Por un lado, la legislación española impide la difusión de la imagen de un niño o niña incluso en situaciones tan cotidianas como una riña en el parque. Lo hacen desde la propia Constitución española hasta la Ley Orgánica 8/2021, cuyo artículo 3 incide en la protección de “la imagen del menor desde su nacimiento hasta después de su fallecimiento”.
Por otro, en los propios medios de comunicación españoles se imponen códigos éticos. Están recogidos en manuales y libros de estilo internos que todas las personas que conforman la redacción deben cumplir. Entre las directrices hay normas que, con frecuencia, van más allá, incluso, que las propias leyes.
Pero ni leyes ni códigos éticos se están cumpliendo en el actual contexto de violencia indiscriminada al que están sometidos estos niños y niñas por parte del Gobierno de Israel. Tampoco en lo relacionado con sus imágenes.
No es algo nuevo, ni siquiera en relación con Palestina. Una investigación halló que la mayoría de fotografías publicadas en la prensa generalista española durante 2010 sobre el conflicto palestino-israelí en las que aparecían bebés, niños y jóvenes transgredía la normativa legal y vulneraba principios de la deontología periodística.
Porque, por ejemplo, el Manual de Estilo de RTVE justifica la difusión de imágenes de menores, incluso en informaciones contrarias a sus intereses, siempre que se “empleen los medios precisos para garantizar su anonimato”, como no incluir su “su nombre ni su imagen” o “distorsionar su rostro”.
De Kim Phuc a Aylan
El mundo conserva en su retina el rostro de Kim Phuc, la niña vietnamita de 9 años que corría desnuda junto a otros niños ante la pasividad de unos soldados, mientras la piel se le caía afectada por las quemaduras ocasionadas por el napalm lanzado sobre civiles. Aquella fotografía le valió el Pulitzer al fotógrafo vietnamita Nick Ut, aunque hay controversia sobre su autoría.
Afortunadamente, la sociedad cuenta con el impagable trabajo de reporteras y reporteros gráficos que, en muchas ocasiones, se juegan la vida para trasladar al mundo el sufrimiento humano y, en concreto, el de las personas más vulnerables. Gracias a su labor, también las generaciones posteriores podemos vislumbrar, con una sola foto, la injusticia, el horror y el terror.
El 2 de septiembre se cumplían 10 años de la icónica imagen del niño sirio Aylan. La fotoperiodista turca Nilufer Demir inmortalizó su cuerpo de tres años postrado, boca abajo, en una orilla del Mediterráneo. Viajaba con su madre, su hermano y su padre en la huida a una Europa que les cerraba, como sigue cerrando, las puertas a quienes huyen de la guerra y el hambre. Su pequeña embarcación de madera volcó.
La publicación de la fotografía parecía romper la indiferencia de quienes en aquel entonces gobernaban Europa. El primer ministro británico entonces, David Cameron, se confesó “conmovido” y la canciller alemana, Angela Merkel, se mostró concernida por la tragedia que aquella imagen reflejaba.
Solo unos pocos medios pixelaron, es decir, difuminaron hasta hacerla borrosa, la cara del pequeño Aylan, a quien su padre tuvo que enterrar, al igual que a la madre y a otro hermano del pequeño.
Pocas cosas habrá tan íntimas como el recuerdo de un hijo muerto. Pero el padre de Aylan no podrá borrar de su memoria la cabeza del pequeño, con su pelo corto, la camiseta roja y el pantaloncito azul, al igual que los zapatitos sin calcetines que vestía aquel fatídico 2 de septiembre.
Argumentos a favor
La publicación de rostros de niñas y niños sin un retoque que impida su identificación tiene argumentos a favor. Entre ellos, y sobre todo, dar a a conocer para concienciar y cambiar las cosas por su capacidad de impactar.
Desde aquella fotografía de Aylan, otras 30 000 personas han muerto en el Mediterráneo. Muchas de ellas, niñas y niños como él. Como los de Gaza, a quienes con frecuencia se retrata sin preservar su rostro con el alma y el cuerpo castigados por las bombas y el hambre. Tan niños y niñas como los nuestros, pero a los que los medios de comunicación, al igual que la injusticia, tratan de manera diferente. ¿Será que no tienen futuro?
Guillermo Gurrutxaga Rekondo, Periodista. Profesor de Periodismo., Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net