
Marta Sánchez Esparza, Universidad Rey Juan Carlos y Alfonso Méndiz Noguero, Universitat Internacional de Catalunya
¿Hasta qué punto la voz y los ojos del narrador modifican la percepción de las historias de true crime? ¿Se puede alterar en la narración el sentido de los hechos, y conducir a la audiencia a identificarse con los criminales?
La respuesta a estas preguntas parece clara para personajes como César Román, protagonista de El Rey del Cachopo, la docuserie donde se relata el asesinato de su pareja, Heidi Paz, cuyo torso fue hallado en una maleta oculta en una nave industrial en Madrid, en 2018. Román, que cumple una condena de 15 años en la prisión de Alcalá Meco, aparece en la serie para dar su versión, y afirma sin pestañear que “el cuento es muy diferente si el que lo cuenta es el lobo o si es Caperucita”.
El género del true crime vive en este momento una auténtica edad de oro, impulsado por las plataformas de streaming. Así, se ha convertido en un campo de experimentación para la construcción de versiones y relatos alternativos en torno a crímenes y escándalos, donde cada vez es más frecuente encontrarse con acusados y condenados que tratan de empatizar con la audiencia.
El caso de Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez es un ejemplo. Los hermanos, que asesinaron a tiros a sus padres en su mansión de Beverly Hills en 1989, llevan 35 años en prisión. Tras el lanzamiento de la exitosa serie de ficción en Netflix y su correspondiente docuserie, aprovecharon el impacto social y la empatía generada para solicitar la revisión de su condena.
Lo lograron el pasado mayo, cuando un juez conmutó la pena de cadena perpetua por otra de 50 años de cárcel. No han obtenido por ahora la libertad provisional, que también habían solicitado.
La serie sobre los Menéndez, que acumuló 19,5 millones de vistas en su primera semana en Netflix, y alcanzó el top 10 de las series más vistas en 89 países, construye sólidamente dos versiones contrapuestas, creíbles y fuertemente impactantes, y lo hace mediante la perspectiva del narrador. Tan poderoso es el relato de la acusación –que representa la frivolidad y crueldad de los hermanos–, como el de la defensa –que narra una escalofriante historia de maltrato y abusos sufridos por los autores del crimen–.
La voz del lobo
El poder del narrador es patente también en el caso de Rosa Peral, condenada a 25 años de prisión por asesinar en 2017 a su pareja. En la reciente docuserie de Netflix Las cintas de Rosa Peral, la asesina es entrevistada desde prisión, protagonizando escenas en las que habla de sus hijas pequeñas, se comporta como víctima de una injusticia e incluso rompe a llorar.
El caso ha sido abordado de forma diferente en programas como Crims, de TV3, en la serie de ficción El cuerpo en llamas y la ya mencionada Las cintas de Rosa Peral, donde la reconstrucción de los hechos varía en función del narrador. Éste tiene el poder para dotar de sentido a toda la historia. La selección que haga del material, el orden y la presentación tendrá claros efectos retóricos sobre la audiencia.
FilmAffinity
En nuestro análisis hemos descubierto una variada clasificación de narradores en el género del true crime, que puede sintetizarse en cinco tipos: testigo, protagonista, informativo, moralizante o performativo. Este último busca generar un efecto con su relato, que normalmente es corregir la versión oficial o priorizar la versión de una de las partes.
Tradicionalmente el true crime había tendido a presentar una oposición simplista entre “buenos y malos”, una visión acorde con una ideología de orden y control.
Sin embargo, en la década de 2010, producciones como Serial (2014), Making a Murderer (2015) o The Staircase (2018) subvirtieron ese orden al dar voz y protagonismo a los acusados, y retratar sus historias y experiencias vitales en contraposición a las versiones oficiales. En casos como estos, la perspectiva del narrador pone en cuestión el relato oficial y desafía las formas en las que se representa al criminal y a la justicia.
Una segunda oportunidad
La posibilidad de que el acusado ofrezca su propia versión tiene efectos en la reconstrucción de la historia, y en la imagen pública del sospechoso o condenado. En ocasiones, sirve para empatizar con su historia y sus motivaciones, para redimir ante la opinión pública a alguien falsamente condenado, o para asistir a una historia de reinserción.
Un claro ejemplo de esto lo ofrece Dolores. La verdad sobre el caso Wanninkhoff, de HBO. En ella, la voz principal es la de la propia acusada del asesinato de Rocío Wanninkhoff, Dolores Vázquez, quien se acerca a la audiencia mediante su vida y sus emociones. El cambio de narrador provoca que este true crime se convierta en un juicio al primer relato periodístico, y en la redención de quien fue considerada villana –y, posteriormente, exonerada–, a la que este género permite explicarse.
La perspectiva del acusado, inocente o culpable, desafía la verdad oficial construida a partir de la información de las instituciones. Además, incrementa el impacto emocional de la historia, dotándola de mayor dramatismo y permitiendo al público acceder a la mente del criminal y a sus motivaciones. Esto pone sobre la mesa muchas cuestiones. ¿Es correcto dar voz a un posible asesino para que mienta? ¿Es ético que un criminal se lucre comerciando con la historia de su crimen? ¿De qué forma debe salvaguardarse la dignidad de las víctimas?
Dar voz al acusado puede crear conciencia sobre condenas injustas y fallos en el sistema, pero también puede tergiversar la verdad y revictimizar a los afectados. Es necesario un esfuerzo de los creadores para ofrecer información precisa y contextualizada, equilibrando narrativas cautivadoras con el respeto y la sensibilidad hacia las víctimas.
La perspectiva del asesino en el true crime contemporáneo se ha convertido en un elemento clave, creando historias más impactantes y emocionales, y puede servir para revisar versiones equivocadas y redimir a algunos ante el tribunal de la opinión pública. Pero se impone un trabajo minucioso de los profesionales para evitar el sensacionalismo o el engaño y respetar la dignidad de las víctimas. Importa, y mucho, si el cuento lo narra el lobo o Caperucita.
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Marta Sánchez Esparza, Periodista y docente, Universidad Rey Juan Carlos y Alfonso Méndiz Noguero, Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad y rector, Universitat Internacional de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net