
Alejandra del Carmen Meza Servín, Universidad de Guadalajara y María Guadalupe Meza Servin, Universidad Autónoma de Guadalajara
“El mole se preparó con la receta que Tita había heredado de Nacha… una receta antiquísima que se pasaba de generación en generación, siempre en manos de la mujer encargada de la cocina”.
Esta cita proviene de la obra romántica, exponente del realismo mágico, Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, ejemplo de cómo una novela puede narrar historias, transmitir afectos y preservar identidades a través de la comida.
En este libro, cada capítulo incluye una receta tradicional mexicana. Ingredientes como el chocolate, el chile o el mole no solo sazonan la trama, sino que reflejan la riqueza agrícola y cultural de México. A través de la cocina (y en la cocina) Tita, la protagonista, expresa sus emociones, mostrando cómo la gastronomía puede ser un lenguaje universal y haciendo que el lector pueda saborear sus lágrimas y pasiones.
Gastronomía literaria
Pero el de Como agua para chocolate no es el único caso. Porque la comida en la literatura va más allá de simples descripciones culinarias. Es un puente entre culturas, emociones y tradiciones.
Chocolat de Joanne Harris, ambientada en un pequeño pueblo francés, muestra cómo el cacao –gracias a la tienda de bombones que abre una forastera en un pueblo– puede romper prejuicios y unir comunidades.
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Muchas novelas gastronómicas también destacan el uso de ingredientes locales y de temporada, un principio clave de la cocina sostenible. Por ejemplo, Entre pólvora y canela, de Eli Brown, rescata sabores afrocaribeños basados en especias como la canela y la pimienta. Estos ingredientes no solo dan identidad a los platos, sino que promueven el comercio justo y la agricultura local.
Otro ejemplo fascinante donde lo culinario se entremezcla con la narrativa se encuentra en la trilogía de novelas históricas Azteca, de Gary Jennings. En estas recreaciones del México prehispánico, se describe detalladamente cómo los personajes preparan platillos con maíz, frijol y chile, los ingredientes básicos e inseparables de la dieta mesoamericana. A través de la elaboración de tortillas, tamales, salsas y diversos guisos, el lector se sumerge en la vida cotidiana y ritual de esta civilización, donde la comida funge como pilar cultural y social.
La novela Un viaje de diez metros, de Richard C. Morais, ofrece un rico tapiz de enseñanzas culturales y psicológicas. El relato sigue al joven chef indio Hassan Haji y su familia, quienes inauguran un pequeño restaurante en Francia justo enfrente de un establecimiento Michelin. La historia se convierte en una profunda exploración de la asimilación cultural frente a la preservación de la identidad. Más allá de ser una deliciosa inmersión en el mundo de la alta cocina, la novela aborda las diferencias dimensiones que puede tener la gastronomía en aspectos como el duelo, la resiliencia y la búsqueda de la excelencia.
Rescate de técnicas ancestrales
Las novelas también preservan conocimientos culinarios en riesgo de desaparecer. Como agua para chocolate detalla métodos como la nixtamalización del maíz –para transformar el grano en masa– o el uso del metate como utensilio de cocina. Estos procesos, aunque laboriosos, son más sostenibles que las alternativas industriales.

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Delirio, de Laura Restrepo, desarrolla platos tradicionales andinos como el ajiaco –un tipo de sopa– con papas nativas, cuya elaboración depende de la biodiversidad local.
Y El último chef chino, de Nicole Mones, se distingue por su profunda exploración de la cocina tradicional como un tesoro cultural y filosófico. A través de la mirada de Maggie McElroy, una periodista estadounidense que viaja a Pekín para cubrir la muerte de un afamado chef, la novela revela la lucha por preservar estas prácticas milenarias frente a las presiones de la modernidad y la globalización.
Literatura en la educación culinaria
La literatura que abarca temas gastronómicos puede ser una herramienta educativa que vincula comida, cultura y sostenibilidad. Escuelas líderes ya la usan para formar chefs, conscientes de su impacto social y ambiental.
Estos textos enriquecen la formación culinaria y combaten la homogenización alimentaria. Además, al revivir recetas olvidadas, promueven la diversidad biocultural.
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Por ejemplo, el Culinary Institute of America (CIA) incluye análisis de textos literarios en sus cursos de cultura alimentaria. A través de ellos, los estudiantes exploran cómo las descripciones reflejan contextos históricos y geográficos, además de los cambios en la alimentación, técnicas e ingredientes que se han realizado a lo largo de décadas e, incluso, siglos.
En Italia, la Universidad de Ciencias Gastronómicas de Pollenzo (fundada por Slow Food) utiliza obras literarias para discutir el valor simbólico de los alimentos. En Colombia, la Escuela Taller de Bogotá emplea obras de Laura Restrepo para enseñar gastronomía local.
Y en Perú, las escuelas culinarias usan La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa, para analizar cómo la comida refleja desigualdades sociales. Esto fomenta una visión más ética de la gastronomía.
Más allá del recetario
A través de novelas y cuentos donde la alimentación es un pilar en la narrativa, es posible entender historias, respetar temporadas y valorar a quienes cultivan los alimentos. Incluso, reflexionar sobre nuestros hábitos de consumo alimenticio y el impacto que tienen, como sucede con Cadáver exquisito, de Agustina Bazterrica. Ahí la autora, con una prosa cruda y directa, despoja al acto de comer de cualquier romanticismo, exponiendo la deshumanización inherente a la producción industrializada de alimentos.
La obra de Bazterrica nos obliga a mirar críticamente la indiferencia con la que a menudo tratamos el origen de lo que comemos, y nos confronta con la idea de que el capitalismo y la comercialización excesiva de la vida pueden desdibujar peligrosamente los límites de la moralidad.
En un mundo donde domina la comida rápida, estos textos son un recordatorio: la buena gastronomía nace de raíces profundas, nos acompaña a lo largo de nuestra vida e impacta significativamente en la producción cultural y artística de cada país y región del mundo.
Así, una novela puede convertirse en un recetario, hacernos viajar a través de la comida o convertirse en una nueva influencia para experimentar la vida a través de la alimentación.
Alejandra del Carmen Meza Servín, Associate professor, Universidad de Guadalajara y María Guadalupe Meza Servin, Coordinadora editorial, Universidad Autónoma de Guadalajara
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net