
Marie-Claire Beaulieu, Tufts University
Ir a la playa a tomar el sol y descansar forma parte de las vacaciones de muchas personas. Múltiples investigaciones han demostrado que pasar tiempo al lado del mar puede ayudar a relajarse. Contemplar el océano nos sumerge en un estado meditativo, el aroma de la brisa nos calma, la calidez de la arena nos envuelve y, sobre todo, el sonido continuo y regular de las olas nos produce serenidad.
Sin embargo, las vacaciones en la playa no se popularizaron hasta el siglo XIX y principios del XX, como parte del estilo de vida de los más ricos en los países occidentales. Pero los primeros europeos, especialmente los antiguos griegos, consideraban la playa un lugar de penurias y muerte. Como pueblo marinero, vivían principalmente en la costa. No obstante, temían al mar y pensaban que la vida agrícola era más segura y respetable.
Como historiadora de la cultura y experta en mitología griega, me interesa este cambio de actitud hacia la playa.
Metropolitan Museum of Art, New York
La experiencia sensorial
Como cuento en mi libro de 2016 sobre el mar en el imaginario griego, la literatura griega descarta todas las sensaciones positivas y se centra en las negativas para enfatizar la incomodidad que ese pueblo sentía por la playa y el mar en general.
Por ejemplo, la literatura griega destaca el intenso olor de las algas y la salmuera. En la Odisea, el poema del siglo VIII a. e. c. que transcurre en gran parte en el mar, el héroe Menelao y sus compañeros se pierden cerca de la costa de Egipto. Deben esconderse bajo pieles de focas para atrapar al dios del mar Proteo y que él les indique el camino a casa. El olor de las focas y la salmuera es tan extremadamente repulsivo que su emboscada está a punto de fracasar, y solo la ambrosía mágica colocada bajo la nariz puede neutralizar el olor.
Del mismo modo, mientras que el sonido de las olas en un día tranquilo es relajante para muchas personas, la violencia del temporal puede angustiar. La literatura de la antigua Grecia se centra únicamente en el poder aterrador de los mares tormentosos, comparándolo con los sonidos de la batalla. De hecho, en la Ilíada, poema contemporáneo a la Odisea, el ataque del ejército troyano contra las líneas de batalla griegas se compara con una tormenta en el mar:
“A la manera que un torbellino de vientos impetuosos desciende a la llanura, acompañado del trueno del padre Zeus, y al caer en el mar con ruido inmenso levanta grandes y espumosas olas que se van sucediendo, así los troyanos seguían en filas cerradas a los caudillos, y el bronce de sus armas relucía”.
Finalmente, incluso el apuesto Odiseo se vuelve feo y aterrador por la exposición al sol y la sal del mar. En la Odisea, este héroe vaga por el mar durante diez años en su camino de regreso a casa tras la guerra de Troya. Al final de sus tribulaciones, se aferra con dificultad a una balsa durante una tormenta enviada por el furioso dios del mar Poseidón. Finalmente, se suelta y nada hasta la orilla. Cuando llega a la isla de los feacios, asusta a los sirvientes de la princesa Nausicaa con su piel quemada por el sol, “toda manchada de salmuera”.

Carole Raddato/flickr, CC BY-SA
La arena de la playa y el mar mismo se consideraban estériles, en contraste con la fertilidad de los campos. Por esta razón, la Ilíada y la Odisea suelen llamar al mar ‘atrygetos, que significa “sin cosechar”.
Esta idea es, por supuesto, paradójica, ya que los océanos proporcionan alrededor del 2 % del aporte calórico total de los seres humanos y el 15 % del aporte proteico y probablemente podrían proporcionar mucho más. Los propios griegos comían mucho pescado, y muchas especies se consideraban manjares reservados a los ricos.
La muerte en la playa
En la literatura griega antigua, la playa era un lugar aterrador que evocaba la muerte y, de hecho, era habitual llorar el ella a los fallecidos.
Las tumbas solían estar situadas junto al mar, especialmente los cenotafios, tumbas vacías destinadas a conmemorar a los que morían en el agua y cuyos cuerpos no podían ser recuperados.

Manfred Werner (Tsui) via Wikimedia, CC BY-SA
Este era un destino especialmente cruel en la antigüedad, ya que aquellos que no podían ser enterrados estaban condenados a vagar por la Tierra eternamente como fantasmas, mientras que los que recibían un funeral digno iban al inframundo. El inframundo griego no era especialmente apetecible, húmedo y oscuro, pero se consideraba la forma respetable de terminar la vida.
De este modo, como ha demostrado la estudiosa de la cultura clásica Gabriela Cursaru, la playa era un “espacio liminal” en la antigua Grecia: un umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Revelación y transformación
Sin embargo, no todo era malo. Dado que la playa actuaba como puente entre el mar y la tierra, los griegos pensaban que también servía de puente entre el mundo de los vivos, el de los muertos y el de los dioses. Por lo tanto, tenía el potencial de ofrecer presagios, revelaciones y visiones de los dioses.
Por esta razón, muchos oráculos de los muertos, donde los vivos podían obtener información de quienes habían fallecido, se encontraban en playas y acantilados junto al mar.
Los dioses también frecuentaban la playa. Escuchaban las plegarias y, a veces, incluso se aparecían a sus adoradores. En la Ilíada, el dios Apolo escucha a su sacerdote Criso quejarse en ella de que los griegos maltratan a su hija. El dios enfadado toma represalias desatando inmediatamente una plaga sobre el ejército griego, un desastre que solo puede detenerse devolviendo a la niña a su padre.
Además de estas creencias religiosas, las playas también eran un punto físico de conexión entre Grecia y las tierras lejanas.
Las flotas enemigas, los mercaderes y los piratas solían desembarcar en ellas o frecuentar las costas, ya que los barcos antiguos no podían permanecer en el mar durante largos periodos de tiempo. De este modo, la playa podía ser un lugar bastante peligroso, como ha argumentado el historiador militar Jorit Wintjes.
Por el lado positivo, los restos de naufragios podían traer agradables sorpresas, como tesoros inesperados, lo que en muchas historias suponía un punto de inflexión. Por ejemplo, en la antigua novela Dafnis y Cloe, el pastor Dafnis encuentra una bolsa en el mar, lo que le permite casarse con Cloe y hacer que su historia de amor tenga un final feliz.
Quizás hoy en día quede algo de esta concepción. La búsqueda de objetos en la playa sigue siendo un pasatiempo popular, y algunas personas incluso utilizan detectores de metales. Además de los efectos psicológicos positivos demostrados, el beachcombing refleja la eterna fascinación del ser humano por el mar y todos los tesoros ocultos que puede ofrecer, desde conchas y cristales hasta monedas de oro españolas.
Al igual que les sucedía a los griegos, la playa nos hace sentir que estamos en el umbral de un mundo diferente.
Marie-Claire Beaulieu, Associate Professor of Classical Studies, Tufts University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net