Jorge Romero-Castillo, Universidad de Málaga
No piense en un elefante rosa. En serio, no lo haga. Aunque quiera imaginar un elefante rosa, no se imagine un elefante rosa.
¿Ha conseguido no imaginarse un elefante rosa? Estoy convencido de que, excepto si tiene afantasía, ha imaginado un elefante rosa (aprovecho para enviar un abrazo a mi amigo Fer que tiene afantasía).
Este ejemplo clásico, adaptado del capítulo X de la novela City in the Sky (Curt Siodmak, 1974), ilustra lo difícil que puede ser reprimir nuestros pensamientos. Algo parecido ocurre con los earworms: cuanto más intentamos evitar que una melodía se vuelva pegadiza, más nos infecta.
Un visitante común en el cerebro
El término inglés earworm procede de un artículo escrito en alemán que utilizaba la palabra ohrwurm. Ambos términos en castellano significan gusano de oído o gusano auditivo, aunque suele traducirse como “gusano musical”.
Podría definirse como una experiencia involuntaria en la que una melodía se repite en bucle en la mente en ausencia de estimulación sensorial externa. Como si hubiera una radio en el fondo de nuestra cabeza y estuviera sonando la misma parte de una canción todo el rato, incluso durante varios días.
Al estudiar el earworm (mediante escalas en autoinforme) se ha descubierto que es extremadamente común. Se estima que entre el 72 % y el 92 % de la población experimenta gusanos musicales con regularidad. En concreto, el 90 % de las personas tienen al menos un episodio a la semana, pero solo un 26 % los experimenta varias veces al día.
Diseccionando al gusano musical
¿Y qué facilita el comienzo de un gusano musical? Las canciones rápidas, con melodías genéricas y con patrones de intervalos inusuales. Y, sobre todo, que sean familiares y fáciles de cantar.
Siguiendo esta línea, entre 2010 y 2013 se elaboró una lista de canciones proclives a generar gusanos musicales (la encabeza Bad Romance de Lady Gaga). Este año (2025), la canción Esa Diva de Melody también podría actuar como un earworm.
Pero eso no es todo. También depende del estado mental de la persona y su interacción con otros elementos extramusicales. En este sentido, se han descrito características que aumentan la probabilidad de generar un bucle:
- Exposición a la música: canciones escuchadas recientemente y repetidas en televisión, radio… Dedicarse a la música profesionalmente también es un factor relevante.
- Desencadenantes de memoria: las asociaciones (una persona, una palabra, un ritmo o un lugar pueden activar una canción asociada), los recuerdos personales y la anticipación (como pensar en un concierto futuro).
- Estados afectivos: un sentimiento, una condición anímica (estrés) o una emoción concreta pueden provocar que una melodía en sintonía con estos estados se convierta en un gusano musical.
- Baja atención: cuando divagamos en nuestros propios pensamientos sin prestar atención al exterior (estar en “piloto automático”).
Deducimos, por tanto, que no hay una receta fija para que surja un earworm. Su aparición depende de una mezcla de varios factores, por lo que cualquier melodía puede quedarse atrapada “en bucle” en la mente.
Deslizándose por la memoria
Precisamente, es el “bucle fonológico”, una parte de la memoria de trabajo, el que sustenta los earworms. Si se dan las circunstancias diseccionadas previamente, el fragmento de una canción puede atascarse en este sistema que repite información del habla. Aquí participan los lóbulos temporal y frontal.
Además, parece más probable que una melodía se quede pegada en la cabeza si se escucha parcialmente que si se escucha entera. Esto respalda el efecto Zeigarnik: las personas somos más propensas a recordar una tarea inacabada que una completa, lo que implica tener “asuntos pendientes” en bucle en la memoria. Y existen referencias a estos bucles musicales desde hace tiempo.
Las larvas permanecen en la historia
Los primeros registros históricos del earworm se remontan al siglo XVIII, al manuscrito más antiguo de música para gaita (escrito entre 1733 y 1738). También se han encontrado menciones en Northumbrian Minstrelsy, un libro de canciones populares escocesas. Y en 1876, Mark Twain escribió un relato sobre este fenómeno.
Más recientemente, el neurólogo Oliver Sacks dedicó el quinto capitulo de su libro Musicofilia al earworm, pero él lo llamaba gusano cerebral (localizándolo en el cerebro en lugar de en el oído). En la última nota al pie de este capítulo, elaboraba una hipótesis sobre su origen:
Es posible que los gusanos cerebrales surjan de una adaptación que resultó crucial en épocas primitivas donde el humano viajaba: reproducir sonidos de animales y otros sonidos importantes una y otra vez, hasta que el reconocimiento quedaba asegurado.
Una metamorfosis hacia lo patológico
Aunque pudieran surgir con un valor adaptativo, el carácter involuntario del gusano musical lo puede volver problemático. A menudo se vive como una experiencia neutra o agradable, pero un tercio de las personas califican la experiencia como intrusiva.
Además, se ha visto que aumentan de frecuencia al sufrir ansiedad (también se ha valorado en TOC, aunque sin resultados concluyentes) y resultan más persistentes e intrusivos al tener rasgos esquizotípicos. También se han documentado al menos cinco casos de earworms crónicos.
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Cómo fumigar y exterminar al parásito
No estoy seguro de si Kylie Minogue dedicó en 2001 su canción Can’t get you out of my head (No puedo sacarte de mi cabeza) a estos bucles. Pero existen soluciones para Kylie, y para cualquier persona que no tenga un caso crónico de estos gusanos:
- Juegue a cantarla entera: parece solucionar el efecto Zeigarnik, aunque hay controversias.
- Ocupe su mente con tareas exigentes, especialmente verbales: elimina el “piloto automático”.
- Regule su estado afectivo: desvincula el nexo del earworm con sus sentimientos o emociones.
- Guarde silencio masticando chicle: anula la planificación motora subvocal del bucle fonológico (o sea, impide canturrearla).
- Escuche otra canción: genera interferencias en la memoria.
Y, finalmente, nunca evite el earworm. La teoría del control mental irónico afirma que no podrá dejar de pensar en un gusano musical aunque se esfuerce. Igual que tampoco dejará de pensar en un elefante rosa aunque se lo digan.
Por cierto, mi amigo Fer tampoco puede imaginar música en su cabeza. Aún estoy averiguando si es defectuoso o si evitar de alguna forma que el reguetón te colonice supone una ventaja evolutiva.
Jorge Romero-Castillo, Profesor de Psicobiología e investigador en Neurociencia Cognitiva, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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