Shirley Jeannet Arias Rivera, Universidad Loyola Andalucía; Barbara Lorence Lara, Universidad de Sevilla; Mirian Junco Guerrero, Universidad de Málaga y Rocío Lago-Urbano, Universidad de Huelva
Existe algo que madres, padres o cuidadores jamás esperan experimentar: sentir miedo de su propio hijo o hija. Puede empezar con un portazo, un fuerte golpe en la pared, una voz que sube de tono, insultos, chantaje emocional o empujones disfrazados de “enfados”.
Aunque cueste decirlo en voz alta, lo que está ocurriendo tiene nombre: violencia filio-parental. Y, como psicólogas especializadas en este fenómeno, queremos ayudar a identificar a quienes lo están atravesando, para que puedan romper el silencio y el aislamiento y saber que pueden contar con ayuda verdadera, profesional y efectiva. Este artículo es una mano tendida a quien siente que ha perdido el control de su propio hogar.
¿En qué consiste el dolor silencioso de muchos hogares?
La violencia filio-parental es cualquier forma de maltrato físico, psicológico o económico que un hijo o hija ejerce de forma reiterada hacia sus padres, madres o figuras de cuidado. No se trata de una “fase” o una “rebeldía adolescente”. Implica una dinámica de poder invertida donde el menor domina mediante miedo, control o humillación a la figura adulta. Esto puede darse en todas las edades, aunque suele detectarse más entre los 15 y los 17 años.
Distintos tipos de maltrato
Este tipo de comportamiento puede manifestarse de tres formas:
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Violencia física: golpes, empujones, patadas, lanzamiento de objetos y agresiones a otras personas del hogar o mascotas.
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Violencia psicológica: insultos, gritos, amenazas; chantaje emocional (“si no me das esto, me hago daño”); humillaciones públicas o privadas; manipulación constante; aislamiento.
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Violencia económica: robos de dinero o de tarjetas, exigencias materiales con amenazas y destrucción de objetos de valor como forma de castigo.
¿Qué tienen en común todas estas formas de violencia?
Las anteriores manifestaciones no son actos aislados, sino repetitivos y se perpetúan con el fin de ejercer control sobre los padres. También como una forma de manejar “el volcán de frustración” que envuelve a hijos e hijas. Esto genera en el sistema familiar una relación basada en el miedo, una sensación constante de ansiedad, desgaste y culpabilidad.
Los progenitores suelen quedar atrapados en dos situaciones: no saber si callar para no incrementar la violencia o, por el contrario, responder con más fuerza a esa reacción para que termine.
¿Cómo identificar una situación de violencia filio-parental?
Estas son algunas señales clave que pueden ayudar a detectar si alguien está siendo víctima de este tipo de violencia:
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Sentirse amenazado y caminar con “pies de plomo” para no provocar al hijo o a la hija.
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Ocultar lo que pasa a familiares o amistades por vergüenza o miedo a ser juzgado o juzgada.
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Cambiar la forma de vivir para evitar conflictos (no invitar a nadie a casa, no salir sin permiso del hijo o de la hija).
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Sentir culpabilidad constantemente, incluso cuando se sabe que se actuó pensando en el bien del hijo o hija.
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Haber intentado poner límites pero acabar cediendo por miedo a las consecuencias o, a veces, incluso por miedo a responder a la agresión más fuerza.
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Sentir la pérdida del rol como madre o padre.
El testimonio de Lola
Compartimos el testimonio de Lola como un ejemplo:
“Yo empecé a pensar que algo no iba bien cuando me sorprendí a mí misma justificando que mi hija me insultara delante de su hermano y de su padre. Pensaba que estaba pasando alguna mala etapa, un mal momento, que pasaría. Pero cada vez era peor. Lo hablé con una amiga y ella fue la que me animó a pedir ayuda a una profesional”.
Es muy importante aclarar que, aunque el menor o la menor tenga un diagnóstico de TDAH, trastorno del espectro autista (TEA), depresión, etc., la violencia nunca se justifica. Puede haber factores que la expliquen, pero jamás que la validen.
¿Por qué es tan difícil pedir ayuda?
Porque duele. Porque sentimos que se falla como madres y padres. Porque la sociedad no está preparada para escuchar que un hijo o hija puede ejercer violencia. Porque muchas veces no hay espacios seguros donde poder hablar sin ser juzgados. Y también porque, a veces, los propios profesionales de salud, educación o justicia no somos capaces de reconocer la violencia filio-parental a tiempo.
Romper el silencio es el primer paso para sanar. Y hacerlo no convierte en un mal progenitor a nadie, sino en una persona valiente que elige cuidar de sí misma y de su familia.
A la hora de pedir ayuda
¿Y dónde es posible acudir en caso de sospechar que se está viviendo esta violencia?
Servicios sociales de cada localidad
Muchos cuentan con programas específicos para familias en situaciones de violencia filio-paternal como en el caso de Anadalucía. Aconsejamos pedir hablar con una trabajadora social o psicóloga del área de familia o menores.
Centros de salud mental infanto-juvenil
Se puede solicitar una valoración psicológica del hijo o hija en caso de existir síntomas de falta de regulación emocional. En estos centros también pueden derivar el caso a programas familiares.
Entidades de referencia
En España existen distintas organizaciones que brindan ayuda: Fundación Amigó; Asociación Sistema; Fundación Diagrama, Márgenes y Vínculos; Asociación Filio,Asociación Catalana de Violencia filio-parental, así como los Centros de Atención Integral Familiar (según la comunidad autónoma).
Líneas de ayuda y emergencias:
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Teléfonos autonómicos de atención a la familia:
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Teléfono de emergencias (112) en caso de violencia física en curso.
¿Tiene solución esta situación?
La respuesta esa pregunta es afirmativa: sí hay programas terapéuticos efectivos. Pero requieren compromiso, tiempo y acompañamiento profesional especializado. Las intervenciones más exitosas incluyen:
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Terapia individual y familiar focalizada en la regulación emocional.
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Terapia familiar para reconstruir el vínculo y recuperar roles.
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Trabajo psicoeducativo con padres y madres para aprender a poner límites sin culpa.
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Apoyo emocional para que la figura parental recupere su autoestima y confianza.
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Trabajo con hijos e hijas para aprender a comunicarse y relacionarse sin violencia.
Como profesionales que han conocido muchos testimonios, nos gustaría, sobre todo, trasmitir a las personas que atraviesan este tipo de situaciones que ni están solas ni son las únicas que lo están ádeciendo.
Historias que dan esperanza
Son muchas las familias que llegan “rotas” a los servicios de intervención y con el tiempo logran ver cambios. No siempre es fácil ni es un camino en línea recta, pero sí posible. Como ejemplo de ello, compartimos el testimonio de Ana (nombre ficticio), madre de un adolescente de 15 años:
“Pensé que lo había hecho todo mal. Mi hijo me gritaba, rompía cosas, y yo sentía que era mi culpa. En la terapia entendí que no estaba sola, y que pedir ayuda no me hacía débil, sino fuerte. Mi hijo ha llegado a decir ‘no soy un monstruo’, quiero a mi madre, pero no me puedo controlar. Ha sido un cambio de un paso a la vez, pero se puede conseguir. Hoy, seguimos en terapia, pero ya no tengo miedo en mi propia casa, mi hijo tiene un gran corazón, solo necesitábamos apoyo”.
Buscar ayuda: dar una oportunidad a la familia
La violencia filio-parental es un fenómeno complejo y multicausal que se puede prevenir, intervenir y transformar. Pero necesita que dejemos de ocultarlo. Es necesario mirar de frente este problema, con compasión, pero también con firmeza. Pedir ayuda no es traicionar al hijo o la hija. Es darle la oportunidad de crecer sin dañarse o dañar a otro. También significa darle la oportunidad a la familia y a quienes lo sufren, para que puedan vivir sin dolor ni miedo. Por eso animamos a las víctimas a hablar y buscar ayuda. A ellas les decimos que otra relación filio-parental es posible.
Shirley Jeannet Arias Rivera, Profesora de Psicología de la Intervención Social y Comunitaria, Universidad Loyola Andalucía; Barbara Lorence Lara, Profesora Titular del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de Sevilla; Mirian Junco Guerrero, Personal Docente e Investigador Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de Málaga y Rocío Lago-Urbano, Profesora Ayudante Doctora, Dpto. Psicología Social, Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de Huelva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net