
Jorge Romero-Castillo, Universidad de Málaga
Llega a la cocina con una idea clara, pero al cruzar la puerta, algo se diluye. Ya no recuerda a qué venía. Y se queda unos segundos frente a la nevera, como si el frío pudiera refrescarle la intención que se perdió con el cambio de lugar.
Este fenómeno ha sido estudiado por la psicología cognitiva y es conocido como ‘efecto umbral’ (doorway effect o location updating effect en inglés). Basta con atravesar una puerta para que el cerebro interprete que ha terminado una función y empieza otra.
Elaboración del autor
Esto ocurre porque nuestra memoria semántica (la que utilizamos para recordar conceptos) funciona mejor cuando está asociada a la memoria episódica (la que usamos para recordar lugares), y esta última se vincula a claves contextuales. Por eso, al volver al contexto original –con algo de disimulo, si hay alguien presente–, solemos recuperar la información perdida.
Una farsa fugaz que bien podría representarse sobre las tablas del icónico y carnavalesco Gran Teatro Falla de Cádiz, frente al que estoy escribiendo estas palabras.
Se abre el telón y aparece gente en traje de buceo
A finales de la década de los años 70, el psicólogo británico Alan Baddeley (mundialmente conocido por sus estudios sobre la memoria) realizó, junto a otros colegas, varios estudios con un reparto curioso.
En su experimento más conocido, le pidió a un equipo universitario de buceo que memorizara listas de palabras en dos entornos distintos: bajo el agua y en tierra firme. Luego, evaluó la capacidad de los participantes para recordar esas palabras, tanto en el mismo entorno de aprendizaje como en el otro. El resultado fue claro: quienes aprendían y recordaban en el mismo lugar (agua-agua o tierra-tierra) obtenían mejores resultados.
Con el tiempo, un popurrí de estudios confirmó que el contexto (e incluso el estado de ánimo) desempeña un papel clave en la memoria.
Cambio de escena: aparece el olvido
O sea, la memoria es como una actriz de teatro que interpretará especialmente bien su papel si el decorado, el vestuario y hasta la iluminación son los mismos que en los ensayos. Pero si no ha estudiado bien el guion, sucumbirá al cambio de escena que provoca atravesar una puerta.
La denominación del ‘efecto umbral’ se utilizó por primera vez en 2011, pero comenzó a estudiarse en 2006. En ese primer estudio, el equipo de investigación pidió a las personas participantes que memorizaran objetos presentes en un espacio virtual y luego se movieran (virtualmente) a otra sala. Descubrieron que, justo al atravesar un umbral, la capacidad para recordar esos objetos se reducía significativamente.
Las múltiples investigaciones posteriores reforzaron que se trataba de un principio general de actualización de la memoria. Además, se demostró que la caída en el rendimiento no se debía a la distancia recorrida ni al tiempo transcurrido, sino al simple hecho de cambiar de “escena”.
Estos resultados apoyan la idea del “modelo de horizonte de eventos”: al modificar el contexto, la información asociada se segmenta y se vuelve menos accesible. El olvido ocurre incluso si simplemente imaginamos que estamos cruzando una puerta.
El acto final que revela la trama
Como se ha ido mostrando a lo largo de todo el artículo, no es la puerta en sí la que nos borra la memoria, sino el cambio de escenario. El cerebro interpreta que comienza un nuevo acto y desvincula, en parte, la información del acto anterior.
En esta línea, varios estudios recientes, realizados con realidad virtual, también han confirmado que lo importante es la transición entre entornos, no el hecho de atravesar un umbral.
Una de las principales causas de esos lapsus parece ser la multitarea. Cuando realizamos varias acciones a la vez, el cerebro reparte su atención como puede y alguna información se queda en el “camerino”. Nuestra capacidad cognitiva es limitada, y cuando cambia el contexto, las tareas que no tienen prioridad pueden desvanecerse.
Un cierre de telón sin la demencia como protagonista
Afortunadamente, estos olvidos cotidianos no indican ningún deterioro grave. Se ha comprobado que afectan por igual a jóvenes y mayores. Esto sugiere que es un efecto secundario de cómo nuestra mente organiza la experiencia, y no una señal de alarma ante una posible demencia.
En este sentido, Nietzsche escribió: “el olvido es una facultad positiva en el más estricto sentido, un guardián, un garante del orden y de la calma”. Si no tuviéramos la capacidad de olvidar, nos sobrecargarían los recuerdos y no nos quedaría espacio para la acción.
De hecho, el ‘efecto umbral’ tiene su lado positivo: cambiar de habitación o estancia nos ayuda a recordar mejor la nueva información. Al modificar las claves contextuales, se actualiza la ubicación y se generan menos interferencias con las tareas previas. Así, el cerebro aprovecha el nuevo entorno para aprender con más claridad.
Además, también existe la posibilidad de quedamos “en blanco” sin cambiar de escena: cuando vemos a una persona especial y profundamente querida en un lugar inesperado y tardamos en reconocerla. Esto ocurre porque el cerebro necesita buscar las pistas de los decorados habituales para que nos encaje. Esta situación tampoco es indicativa de déficit cognitivo: la mente (y el corazón) se está reconstruyendo ante una extraordinaria y hermosa nube de recuerdos.
Jorge Romero-Castillo, Profesor de Psicobiología e investigador en Neurociencia Cognitiva, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net