Raquel García-Gómez, Universidad Villanueva
¿Sabía que durante los dos meses y medio de vacaciones escolares un alumno puede olvidar hasta un 30 % de lo aprendido en el curso? Este fenómeno, conocido como “pérdida veraniega”, afecta especialmente a contenidos que no se repasan ni se aplican en el día a día. Y, aunque las vacaciones son un periodo necesario de descanso y desconexión, ¿qué ocurre con lo aprendido si se deja completamente en pausa durante tanto tiempo?
Desde que el término de “pérdida veraniega” (summer loss) fuera acuñado por el experto estadounidense James M. Pedersen en su libro El verano contra la escuela, varias investigaciones han detectado que algunas habilidades y conocimientos académicos disminuyen o incluso se pierden durante las vacaciones de verano si no se practican.
Propuestas alternativas al calendario agrícola
Por eso, algunos expertos como el propio Pedersen plantean un modelo de escuela continua que combata la pérdida estival, transformando así el sistema educativo diseñado para una sociedad agrícola con grandes pausas en verano.
Una de las propuestas más extendidas es el calendario académico conocido como “balanced calendar” o calendario continuo, que propone 45 días lectivos seguidos de 15 días de descanso. Aunque no está consolidado en ningún país a nivel nacional, sí se emplea en algunas zonas académicas de Francia, Alemania y Países Bajos.
Redes neuronales y uso
Si bien una breve pausa de dos o tres semanas no suele tener efectos significativos, periodos más prolongados, como el verano, sí pueden provocar pérdida de conocimientos si no se da una mínima estimulación.
Desde el punto de vista neurobiológico, el aprendizaje construye redes neuronales que se refuerzan cuanto más se utilizan. Si dejamos de activarlas, estas conexiones se debilitan. Es como un sendero en el bosque: cuanto más se recorre, más claro se mantiene; si nadie lo pisa durante semanas, se cubre de vegetación y se borra el rastro
Para entender cómo y por qué se produce el olvido es importante conocer el papel de la memoria en el proceso de aprendizaje. El aprendizaje es la capacidad mediante la cual adquirimos nuevos conocimientos o destrezas; y la memoria es la capacidad de almacenar, retener y recuperar información.
Aprendizaje implícito y explícito
No todo lo que aprendemos se almacena del mismo modo. El aprendizaje implícito se adquiere a través de la práctica y suele mantenerse a largo plazo sin demasiado esfuerzo. Ejemplos claros son montar en bici o conducir. Este tipo de aprendizaje no depende directamente de la memoria episódica ni semántica, sino de sistemas más automáticos del cerebro, como el sistema procedural.
En cambio, el aprendizaje explícito requiere atención y esfuerzo consciente. Se almacena en la memoria semántica, que guarda conocimientos como las tablas de multiplicar, los ríos de España o las reglas gramaticales. Aprender a multiplicar, por ejemplo, es un aprendizaje explícito, y sí: se puede olvidar si no se practica.
Memoria y recuerdos
¿Pero cómo se crea un recuerdo? Necesitamos que se den tres procesos: codificación, almacenaje y recuperación. Para la codificación de una información es esencial la participación de la atención, ya que aquello a lo que no prestemos atención no es percibido por el sistema. La codificación de la información se produce reforzando redes de conexiones cerebrales. Estas conexiones se establecen en regiones del lóbulo temporal, principalmente en el hipocampo.
Cuando repasamos o practicamos algo que hemos aprendido, se refuerzan las conexiones de la red, y se establecen nuevas conexiones con regiones del lóbulo prefrontal, lo que hace esos recuerdos más permanentes. La ausencia de práctica o repaso a lo largo del tiempo supone el olvido de ese aprendizaje. Generalmente, lo que olvidamos no se borra de las redes cerebrales, sino que queda en un estado de latencia, del que se puede recuperar.
El repaso veraniego, sin dramas
De la misma manera que existen métodos para almacenar determinado nombre o dato y recuperarlo más fácilmente (técnicas mnemónicas), hay estrategias que nos pueden ayudar a que los efectos del paso del tiempo en ausencia de práctica académica no sean devastadores. En el caso de las vacaciones de verano, aunque no sea un periodo lectivo, podemos encontrar técnicas de repaso.
Según el nivel educativo, se pueden plantear actividades como calcular de memoria la cuenta de la compra, o dividir el reparto de trozos entre el total de comensales, leer una novela, analizar juntos una película, jugar juegos de mesa o analizar fenómenos naturales en el destino vacacional que nos encontremos. De esta forma podemos convertir las vacaciones en un periodo de descanso en el que seguir aprendiendo y estimulando la curiosidad.
Raquel García-Gómez, Neuropsicóloga e investigadora en neuroeducación y desarrollo, Universidad Villanueva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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