Jorge Romero-Castillo, Universidad de Málaga
¿Le gustaría ver sus pensamientos en directo e intentar cambiar los que no le gusten? En líneas generales, en eso consiste el denominado neurofeedback. Es una “técnica de entrenamiento” que permite observar nuestra actividad cerebral en tiempo real para aprender a modularla de forma voluntaria, gracias al uso de la electroencefalografía (EEG).
Imaginemos el cerebro como si fuera un instrumento musical. Las ondas cerebrales actúan como notas que al principio pueden ser caóticas. Sin embargo, mediante una práctica retroalimentada, se empiezan a identificar patrones y se mejora la armonía entre pensamientos, emociones y conductas. Es decir, el neurofeedback podría ayudar a “afinar” el cerebro.
Pero, ¿estamos ante una melodía con una base científica sólida o solo son acordes aislados sin conexión entre ellos? Este artículo explora si el neurofeedback puede participar en la orquesta de las terapias eficaces o si debe realizar más ensayos rigurosos antes de subirse al escenario principal.
Componiendo gracias a la electroencefalografía
El propósito de la electroencefalografía es registrar las diminutas señales eléctricas generadas por las neuronas. Para ello, se colocan pequeños electrodos en el cuero cabelludo siguiendo un sistema estandarizado llamado “10-20”. Este método asegura que se cubran bien las distintas zonas cerebrales.
Posteriormente, las señales cerebrales captadas se traducen a ondas según su frecuencia, medida en hercios (Hz), y su amplitud, medida en microvoltios (μV). Estas ondas (que también sirven para analizar la sincronía entre distintos cerebros) se toman como indicativo del estado mental de la persona.
Brevemente, las ondas y su asociación con estados mentales son las siguientes:
- Delta (0.5–4 Hz), sueño profundo.
- Theta (4–8 Hz), relajación y ensoñación.
- Alfa (8–12 Hz), calma.
- Beta (13–35 Hz), atención activa.
- Gamma (>35 Hz), procesos cognitivos complejos.
Al registrar la señal EEG en un punto concreto, es posible identificar qué tipo de onda predomina. Esto da pistas sobre el estado funcional de esa área: relajación, atención, etc. En otras palabras, el ritmo de las ondas nos ayuda a entender la “resonancia” de una parte del cerebro en cada momento.
Escuchando al cerebro para reescribir la partitura
El principal objetivo del neurofeedback es que la persona aprenda a detectar los desequilibrios en las ondas y regule el “ritmo” cerebral en función de las necesidades terapéuticas.
Actualmente, existen varios tipos de neurofeedback y diversos protocolos de entrenamiento. Por ejemplo, el protocolo alfa (basado en aumentar esas ondas) se utiliza habitualmente para aliviar el dolor y la ansiedad (las ondas alfa se incrementan durante la meditación y el mindfulness).
El protocolo beta se utiliza para mejorar el enfoque y la atención, mientras que el protocolo alfa/theta es uno de los entrenamientos más populares para reducir del estrés.
Estos son solo algunos ejemplos, pero hay más.
Es importante destacar la complejidad del procedimiento, tanto por la dificultad de registrar con precisión la actividad EEG en distintas áreas cerebrales como por interpretar y relacionar esas señales con estados mentales (o trastornos). A pesar de tales limitaciones, el neurofeedback ha sido aplicado para tratar distintas alteraciones.
Una sinfonía de terapias
El primer estudio terapéutico con neurofeedback se publicó en 1972 y se aplicó como tratamiento para la epilepsia, con resultados positivos.
Trabajos posteriores indicaron que los beneficios se podrían mantener incluso una década después del tratamiento, lo que convertiría al neurofeedback en un complemento adecuado para epilepsias resistentes a la medicación.
Más de 50 años después del primer estudio, este procedimiento se ha utilizado en multitud de trastornos psicológicos y otros problemas clínicos, que se podrían listar como las canciones de un grupo musical.
Junto a la epilepsia, que sería el hit más antiguo, los trastornos donde más se ha utilizado son: TDAH (una etiqueta controvertida debido a su origen y al uso de psicofármacos en infancia), depresión, ansiedad, autismo, insomnio, dificultades de aprendizaje (dislexia, discalculia y disgrafía), adicción a las drogas (alcohol incluido), esquizofrenia, estrés postraumático y alzhéimer.
Algunos problemas clínicos menos populares (donde menos se ha utilizado) son: migrañas, trastornos alimentarios, párkinson, fibromialgia y TOC.
Incluso, se ha utilizado en personas sanas para promocionar la salud, favorecer la creatividad musical y mejorar el rendimiento deportivo.
Improvisando entre silencios incómodos
Pero la popularidad del neurofeedback no siempre refleja su eficacia. Por ejemplo, en población infantil etiquetada con TDAH, la clasificación de la International Society for Neurofeedback and Research indica que alcanza un nivel 4 de eficacia (sobre 5). Sin embargo, metaanálisis recientes muestran que no existen beneficios significativos.
También existen dudas sobre si el éxito obtenido en algunos estudios se debe realmente al tratamiento o a un posible efecto placebo, ya que la sugestión por sí sola puede reducir la sintomatología del llamado TDAH. Adicionalmente, en personas adultas no se han encontrado efectos específicos.
El neurofeedback dirigido específicamente a tratar la depresión cuenta con un escaso apoyo de los trabajos existentes (la mayoría se ajustan al nivel 2). La principal complicación que impide alcanzar mayor evidencia es el número relativamente alto de estudios no controlados. A pesar de que la técnica se lleva usando varias décadas, aún se percibe como prometedora para reducir sintomatología depresiva en el futuro.
En el caso de trastornos de ansiedad, sí se han obtenido resultados particularmente positivos. Sin embargo, estudios bioéticos advierten que asociar dichos resultados al efecto del neurofeedback podría constituir un engaño involuntario (podría suponer una atribución errónea de los beneficios obtenidos al procedimiento, incluso si no existe intención de engañar).
Al compás de la incertidumbre
En definitiva, el neurofeedback se ha utilizado sobre todo como tratamiento complementario en diversos trastornos y alteraciones, pero la investigación actual no respalda su eficacia. La falta de protocolos estandarizados, la escasa presencia de estudios de “doble ciego” y la limitada aplicación de grupos placebo (debido a cuestiones éticas, especialmente importantes en la infancia) dificultan atribuir una relación causa-efecto.
Resumiendo: la eficacia más allá del efecto placebo no está demostrada.
Lo cierto es que personas han utilizado esta herramienta expresan una “alta satisfacción” con la experiencia, sin cuestionar en profundidad cómo o por qué funciona. Sin embargo, desde una mirada científica, la satisfacción subjetiva no basta. El neurofeedback no logra dar con la tecla adecuada: necesita ensayar más o retirarse de los escenarios.
Jorge Romero-Castillo, Profesor de Psicobiología e investigador en Neurociencia Cognitiva, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net