Pablo Arce, Universidad Complutense de Madrid
La mayor parte de la normativa económica que rige nuestros impuestos, subsidios o normas de competencia se diseñó para un mundo de fábricas, chimeneas y cadenas de montaje. Sin embargo, en los balances de las empresas más valiosas de 2025 casi no encontramos máquinas ni edificios. Hay, sobre todo, datos, marcas y reputación.
Es el corazón de la economía intangible: una riqueza que no se toca pero que mueve mercados, modifica el poder de los Estados y deja obsoletos los instrumentos de la política económica.
El ascenso imparable de lo intangible
En 1975, más del 80 % del valor de las empresas del índice bursátil S&P 500 provenía de activos físicos. Hoy ocurre lo contrario: alrededor del 90 % del valor de las grandes empresas es atribuible a activos intangibles, es decir, no materiales.
En otras palabras, cuestiones como la propiedad intelectual, el software o la reputación han pasado a ser el motor principal del valor corporativo. Empresas como Apple, Microsoft o Amazon ejemplifican esta transición, en la que las instalaciones y productos explican una porción reducida de su verdadero valor.
El último informe de la Organización Mundial de Propiedad Intelectual estima que, en 2024, la inversión global en intangibles (I+D, software, bases de datos, marketing, diseño) fue de 79,4 billones de dólares, mientras que en activos físicos fue de 68,8 billones. En los últimos quince años esta partida ha crecido tres veces más rápido que la inversión en bienes tangibles.
Políticas del siglo XX para empresas del siglo XXI
Este salto deja a los gobiernos ante un rompecabezas. Si los sistemas tributarios se basan en la presencia física (establecimiento permanente) de las empresas, una plataforma puede facturar millones en un país sin tener un solo empleado allí.
El caso paradigmático es Apple: cuando la Comisión Europea consideró que los acuerdos fiscales con Irlanda rebajaron su tipo efectivo hasta el 0,005 %, ordenó a la empresa devolver 13 000 millones de euros en impuestos atrasados.
Este no es un hecho aislado, los intangibles pueden trasladarse a jurisdicciones de baja fiscalidad en un clic. Así es como se erosionan las bases imponibles y se generan tensiones entre Estados (por ejemplo, el debate sobre la tasa Google) y bloques económicos. De ahí el interés de la OCDE y el G20 en crear un impuesto mínimo global. Es decir, en buscar dónde se genera realmente el valor si este es inmaterial.
La geopolítica de los datos
La batalla por el liderazgo intangible tiene también dimensiones estratégicas. Estados Unidos posee el mayor arsenal de intangibles, con casi todos los gigantes tecnológicos ubicados en su territorio, y con el mayor volumen de inversión en este tipo de activos del mundo. Históricamente, su estrategia ha sido mantener una regulación laxa para no frenar la innovación.
Por su parte, China combina un mercado interno inmenso con una gran protección estatal. Firmas como Alibaba figuran ya entre las de mayor valor intangible en el mundo. Pekín aspira a la autosuficiencia en semiconductores y algoritmos avanzados para reducir su dependencia externa en este sector.
Como la Unión Europea no cuenta con grandes plataformas propias, ha optado por ser la potencia reguladora. Normas de privacidad como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) y la reciente Ley de Servicios Digitales se han convertido, de facto, en estándares reguladores. Las sanciones fiscales o antimonopolio contra Google, Meta o Apple ilustran su esfuerzo por recortar el poder de las multinacionales y recuperar su poder de recaudación.
En este triángulo estratégico, Washington considera que la regulación europea va contra sus empresas. A su vez, Bruselas teme la asimetría de poder con EE. UU. Y China libra una carrera tecnológica que va dando sus frutos en los campos de la IA y los chips de última generación.
La gran pregunta
¿Cómo valorar lo intangible? Ofrecemos tres pistas al respecto:
- Incorporación de nuevas métricas: si el PIB no cuenta el valor real generado en un territorio, se necesitan indicadores que integren la inversión en datos, reputación o talento.
- Tributación basada en el destino: gravar los beneficios donde se consumen los servicios, y no donde se registran, ayudaría a evitar la carrera a la baja entre paraísos fiscales. El acuerdo de la OCDE para un impuesto mínimo global avanza en esa dirección.
- Regulación de algoritmos y datos: igual que existen auditorías contables, podría ser necesario elaborar auditorías algorítmicas. Si los datos personales generan valor corporativo, ¿deberían los ciudadanos recibir una parte de ese valor? Aunque Europa ha abierto camino con su reglamento sobre protección de datos, queda pendiente progresar en los derechos económicos sobre la información personal de cada individuo.
Adaptar el Estado a la economía ya existente
La historia económica muestra que, cuando la tecnología avanza más rápido que las leyes, se producen periodos de desajuste. Hoy nos encontramos justamente en uno de ellos. Los datos y la reputación viajan a la velocidad de la luz mientras que las leyes todavía van a caballo.
Ajustar la política económica no es un debate académico, sino un requisito para mantener la recaudación, garantizar la competencia y evitar nuevas brechas de desigualdad entre quienes controlan intangibles y quienes no. Ahora bien, diagnosticado el problema, el reloj sigue avanzando.
Pablo Arce, Profesor de Economía Aplicada y Mercados de Capitales, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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Author: viajes24horas
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Fuente: republicadominicana24horas.net